esa risa desbordante situada en solemnidad o en silencio,
como cuando observa su sueño agitado acompañado
en la vigilia de sus ávidas manos.
Y mientras repasa la selección de sus recuerdos
piensa en qué daría por tener aquella orilla que ni él mismo tiene
en cómo ansía de viajar por ese anaquel infinito
y en cuánto necesita repasar de sus oleajes para sentir su presencia.
Necesita de su frenético cambio de humor,
en cómo el pulso sube y baja con severidad precipitada,
no le importa que cada una de sus estrellas se desmorone a su altura,
ni que cuando se despliegue la ola lance con obstinación su nieve de sal con espuma.
''Es magnetismo'', se dice.
Ambos dependen de su existencia,
ella le enseña poder quieto, y hace que beba de nubes y estrellas,
y lo que él le enseña, el cielo lo guarda en aire, viento, agua y arena.
Hoy el cielo arde de una límpida risa, tan clara como el agua.
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