Siempre pensé que las historias de amor sólo se daban detrás de una pantalla.
Pensaba que la vida real, o al menos la mía, no daba cabida a tan armoniosas palabras de amor, o que por una extraña razón se me hundían en la garganta.
Para mí existía sólo desesperación al pensar que tal vez nunca encontraría a un amor que no me clavara como alacran el aguijón, que no alterara mi equilibrio, que no me coartara en libertad.
Cuando pensé que había llegado el momento de la dicha, ella se avalanzó contra mí y utilizó mi cuerpo. Me cegué, me sentía enamorada y los meses pasaron, la dicha se volvió hostilidad, sufrimiento y un silencio.
La dicha se ahogó de palabras en la boca, y como especie de saliva del paladar no salió jamás.
Ese amor era tortuoso pero no me atrevía a decir adiós.
Nunca más pensé que volvería a sentir bichitos en el estómago, el nerviosismo previo a la percepción del encanto ni las ganas de proyección.
Pero luego apareciste tú y le di el sí a mi vida,
sentía más seguido y de forma constante esa felicidad que alegraba el día aunque estuviera nublado,
era fascinante que nuestra vida se fuera entretejiendo mitad suerte mitad magia,
que nos cruzáramos en aquellas circunstancias, tan sutiles, sin restricciones, sin miedo de detenerse,
al encuentro, mirarse, sonreirse y coludidamente hasta hoy, respirar.
Siempre pensé que las historias de amor se daban únicamente detrás de una pantalla, si aquello fuese así hoy indudablemente me siento detrás de una.
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